11/05/201900:00:41

Apuntes desde Valencia

11/05/201900:00:41

Vine a Valencia a buscar a mi abuela, no porque ella hubiera nacido aquí, sino porque cuando dejó España durante la Guerra Civil, con sus tres pequeños, fue de esta ciudad la última de sus cartas a mi abuelo, que ya estaba en México antes de que se vislumbrara el fin de la República. Pero mientras busco, dirección en mano, el enclave de sus líneas atribuladas, pues ha dejado Madrid con sus hermanos y sobrinos entre las bombas, no tiene dinero, el hijo menor está enfermo y es preciso cambiar los billetes de barco y la salida de España se dificulta de todas las maneras, la luminosa transparencia de Valencia atenúa el sufrimiento de mi abuela.
La misma que Sorolla atrapó en los lienzos de la Malvarrosa, donde las mujeres aún parecen sostener los sombreros y levantarse las faldas mientras el Mediterráneo caracolea en sus tobillos y esa guerra fratricida no se vislumbra como un infierno cercano. Valencia, el último bastión del gobierno republicano, me sale discreta, pero afilada con sus referencias a la guerra.
Unas líneas que tal vez no todos vean, especialmente los hijos de las generaciones silenciadas por el franquismo, los robados de su lengua casera, a los que la memoria histórica les debe un recuento. La Estación del Norte, al lado del redondel taurino, es vegetal y muralla, es soleada y solidaria. En la placa de su entrada cuenta el papel que jugó como refugio de niños, mujeres y familias que huían de los bombardeos del resto de España, puerta de entrada para la última bocanada de libertad de un mundo que se deshacía entre las manos mientras ganaba la oscuridad y la represión, la verdad única, la Iglesia al lado del régimen franquista, las ideas que detendrían a España durante 40 años, para hacerla beber el olvido en su provinciano estatismo, hace mucho relegado.
Valencia es una ciudad señorial y altiva, con esa arquitectura tan suya, vitrales y estructuras a lo Eiffel, un mercado central (mercat) rematado con frisos donde las naranjas nunca faltan, edificios enormes, góticos y medievales que presumen el papel histórico de un puerto abierto al comercio, a la pesca, a la agricultura, cúpulas cubiertas de azules vidriados. Una ciudad toda encaje de luz que el Sorolla de la arquitectura contemporánea, Calatrava, dispuso en puentes, en domos, en ciudades de la ciencia y las artes. La ciudad de Blasco Ibáñez que en la Malvarrosa presume su casa museo, un escritor que México desquiso porque escribió de Carranza cuando este había dejado de ser el héroe de la Revolución, su deliciosa crónica nos coloca frente a los días postreros del Jefe que dejó la ciudad rumbó al matadero (y que a mí me fue muy útil para escribir Las rebeldes).
Todo eso es Valencia en el mosaico de su pasado intenso, fortificación medieval, mercadeo de sedas, florecimiento arquitectónico y artístico en el XIX y XX, la gran paella de las mixturas del tránsito de barcos. Pero también es un presente que te sale al paso en el diseño de sus espacios puertas adentro, la adecuación de lo antiguo bajo la lupa de lo contemporáneo, Valencia es una propuesta estética y una suavidad contenida que salta en la palabra “cariño” con que te llaman las camareras.
Es la sorpresa de conocer a un ilustrador y narrador gráfico valenciano (1969), como Paco Roca, de quien nunca había escuchado, pero que el interés de mi hija nos condujo al Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) de Valencia para ver “El dibujado”.
Una toma de los muros de una de las galerías convertidas en página en blanco, en cruce de fichas de dominó, en historias que se desdoblan entre el dibujante y el dibujado, para revelar la fina línea entre el artista y su obra, entre el creador y la creación, entre los hombres y Dios. Con gracia inteligente, el trazo de Roca comunica el sentido de llenar el espacio vacío, de colocar algo (objeto de nuestra veneración) donde no había nada.
Nos cuestiona sobre la relación entre realidad e imaginación, asegurándonos que el arte siempre propone un diálogo necesario para mirarnos y mirar. Paco Roca no es cliché de fallas ni naranjos o paellas, es el artista universal que salió al mundo de la narrativa gráfica cuando España se quitó las cortinas de la mirada única y cerrada y los vasos comunicantes del arte (el comic en el mundo) hicieron de las suyas con los artistas ibéricos.
Lástima que esto que escribo no es dibujo y no te puedo incluir, lector, como una viñeta de mi capricho; sin embargo, escribir también te crea, y leerme me inventa a mí. En esto, lo afirma la exposición “El dibujado” de Paco Roca, estamos en el mismo barco y tú también viniste a Valencia.