23/07/201800:00:46

Arboles torcidos (I de II)

23/07/201800:00:46

Desde que confundimos, hace cuarentas años, pozo petrolero y árbol de cacao, el escrúpulo de escoger grano a grano en esta labor tan paciente, familiar y comunitaria, dio por contaminarse, a la baja cada ciclo. Siembra de discursos estériles, sobre tieFue contaminación de conducta personal y oficial. La peor de todas las enfermedades. Vaya, más que la Monilia para la que ningún agrónomo, en su confort, ni por asomo da la cara. Verdadero problema: enfermedad vegetal y desgana oficial y profesional.
En la Chontalpa, sobre todo, el cacao unió a la persona, la familia y la ranchería como primera y satisfactoria fuente de ocupación. Quién no lo sentía.
Las escuelas, sin libros de texto gratuito, no del todo reprobables, hablaban bien del tema, enseñando y participando con el niño en labores agrarias. El docente rural desde su Casa del Maestro advertía las buenas y las malas en el identificado grupo ranchero.
¿Qué ha pasado a la vuelta de décadas? Vaya pregunta. Pasó lo que, sobre aviso, no debió permitirse: El cacao es renovable, no el pozo petrolero. Cada uno con trabajos diferentes. Nos engolosinó el hidrocarburo y dejamos a la deriva al cacao. ¿Qué ha pasado?
No somos “renglones torcidos”, errores de la naturaleza, que dijera Torcuato Luca de Tena; somos árboles encorvados por no entender en su momento progreso y crecimiento natural y razonado.
La abundancia nos empalagó, tan dulce parecía, por no haberla administrado. Pero el tema, prolongado, no puede ser fatal, pues, cuando es subsanable retomando el mejor esfuerzo compartido. Lo que debe alentarnos sin complejo de culpas, eso sí aceptando que varias generaciones resultamos involucradas por omisiones y daños fuera de cálculo.
A ver. Intentemos un somero recordatorio de cómo se ha venido dando ese estado de cosas que finalmente nos enreda pero a la par convoca para tratar de remediarlas poco a poco, a la voz de ya, sobre mediano plazo. Nuestro campo es generoso, no estéril de esperanza.
Desde la primera mitad de los años cincuenta, Tabasco empezó a sentir la presencia de la federación con obras tan importantes como las de bordos para el control de grandes inundaciones. Luego fueron las presas y drenes, éstos por cierto incorrectamente usados al darse lugares inundables que llegaron al extremo de quedar por allá de la canícula en desesperante sequía, al no haber prevenido su control.
Hasta ahí, casi a finales de los setenta, la identidad del tabasqueño-agua y la tierra iban de la mano, con sus prácticas agropecuarias que hacían ver por ejemplo al cacaotero o ganadero como familias autosuficientes, pese a lo que pudiera significar el trabajo tradicional sin ninguna tecnología.
No obstante ello, lo delicado que era la jilea, la poda, la quiebra del cacao, secar al sol, escogerlo para dejar la pacha al consumo hogareño y de trabajadores; nadie podía sentirse en la pobreza, todos en una incomunicación entre el rancho y la asociación receptora de cacao, producto llevado, bien seco, a lomo de caballos o mulas dispuestas al aparejo y lodazales.
El ganadero no sólo fue, en la Chontalpa, quien contaba con tres o cuatro caballerías, alrededor de cien hectáreas, sino aquellos que con cuatro hectáreas, un zontle decían, arreaban sus vaquitas para la ordeña diaria de uso doméstico, la elaboración de queso y la venta de crías anuales. El traspatio fue equivalente a animales de pluma y blanquillos criollos del gallinero a la mesa. No, no era Jauja, fue el Tabasco que nos alimentó a varias generaciones.
Al penúltimo trienio de los setenta, entre l974 á 76, los pozos petróleos empezaron a enviarnos señales muy poco inteligibles. Nuestros padres hablaban de maravillas. Que ahora sí llegó el progreso porque va a circular dinero a manos llenas. El Centro, municipio, y Cunduacán, en la Chontalpa, hubieron de verificar a pie el recorrido del Rio Cañas, de que somos colindantes, que por si un pozo se ubicaba de este lado o del otro. Y todo en razón de que la participación de hidrocarburos ya se venía venir en diluvio, directa, al municipio correspondiente. La vista tuvo lugar en los últimos tres años del sexenio gobernante por el franco don Mario Trujillo García, identificado con su tiempo. Hasta ahí normal. Todos con la mayor cordura. Ninguno osó, de un lado u otro, bloquear un pozo. Eso no lo sabíamos. Nada más que, oigan ustedes, fue al transcurso del trienio l977-79 que el dinero no cupo en las cajas de Cunduacán. Sólo con el interés que generaba había para hacer villas y castillas, todo el mal disfrazado de bien social. Funcionarios del municipio casi sorteaban la oportunidad de ir por el dinero a la Secretaría de Hacienda.
Para no hacerla tan larga, ahí empezamos a torcer no sólo el rabo sino el tronco y las ramas de nuestra tradicional forma de vida que no debió detenerse sino adaptarse a las nuevas oportunidades y no lo hicimos.
Pozos petroleros, erectos; árboles encorvados, nosotros…¿Esto continuará? Por supuesto, la semana entrante en que leeremos un parangón entre los sueños de finales de los setenta del siglo pasado y lo que entraña para Tabasco en 2018 el arribo del tabasqueño Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República.