13/05/201900:00:00

Cartas a Mamá (II)

13/05/201900:00:00

Doña María Dolores Ruiz de Taracena: Tantas enseñanzas me impartiste, mamá, que el lujo de la memoria se acorta. Lecciones que comento del diario, en el trabajo inculcado por ti, recreándolas con optimismo.
Ejercías, naturalmente, un gran encanto entre tus hermanos quienes buscaban nuestra casa para compartir el milagro de la armonía, con la venia de tu esposo, mi padre, Don Gregorio, quien en todo momento estuvo de acuerdo contigo, tal como tú lo estuviste ante la presencia de la última familia que formó mi abuelo Rafael Taracena Padrón, de oficio platero, y su excepcional mujer que fue como otra de tus hermanas, la tía abuela Carmela Cortazar de Taracena. En ese ambiente, mi padre y tú empataron de por vida, al punto de que cuando dejaste de vivir, él, mi padre, fue muriendo pronto y poco a poco.
Viene especialmente otro de los recuerdos que marcaron mi vida, como pude confirmar al paso de los años.
El mandamiento de no robarás, más que aprenderlo en la Doctrina Cristiana de cada sábado por la tarde, en voz de la joven Natividad Quiroga Valenzuela, me lo indujiste, mamá, pruebas a la mano porque, sí, las palabras cuentan, pero las acciones dan razón de su contenido.
Fíjate que este recuerdo, mamá, también tú lo recordarías el día de hoy, con no poco sentido del humor.
Consiste, verdad, en que cierto día llega a casa el joven vecino Chucho López, compañerito de juegos, ofreciendo en venta medio costal de maíz en joloche, parte del producto que su madre Doña Mercedes sembrara en el patio.
Habló el casi adolescente contigo, y yo escuchando, mosca muerta:
-Manda decir mi “mama” –dijo Chucho- que si le puede mercar este medio costal de maíz sin desjolochar.
-Cuánto cuesta –dijiste-
-Que dice que uno cincuenta.
-Muy bien. A ver, Heberto, anda con tu papá que envíe uno cincuenta para comprar estas mazorcas.
Y claro que fui corriendo, como que algo no muy bueno ya me empezaba a sonsacar. ¿Quién dice que un mal pensamiento sólo se da de vez en cuándo?
-Dice mi mamá –digo a don Gregorio- que le mandes dos cincuenta para comprar medio costalillo de maíz. (Recuerda, mamá, que como no queriendo la cosa pedí a papá en lugar de uno cincuenta dos cincuenta).
Mi padre, desde la bulliciosa oficina de telégrafos, con eso de la clave Morse de punto y raya que yo no entendía, metió los dedos anular e índice en el bolsillito que habituaba en la parte superior derecha de sus pantalones, entregándome dos pesos con cincuenta centavos.
Me devolví a casa más rápido que a la ida.
-Págale –dijiste-
Y yo, como si nada, entregué a Chucho delante de ti, mamá, un peso con cincuenta centavos.
Del peso sobrante no sabía qué hacer. Dónde esconderlo. Por último, lo introduje entre la rendija de dos ladrillos de barro en la parte final de la banqueta. Tenía miedo cuando…
De repente que aparece el niño Constancio Sánchez vendiendo un platón de dulces de leche con canela. No me lo ofrece pero yo lo llamo. Él vino hacia mí y en seguida le pido que me vendiera un dulce. Él no podía creerlo. Pero enseguida que saco a su vista el peso escondido. Constancio se espanta, a tal grado que fue corriendo a darte el aviso, mamá. ¡Buena acción la de Constancio!
No había excusa, el peso era “de procedencia ilícita”. Tuve que decirte toda la verdad. Muy bien, y que más…
La tunda fue para llevarla de memoria toda la vida. Tanto así que al ser yo Presidente Municipal dos veces, cada que “con frecuencia” se me daba la rutinaria tentación de robar, no caí, no caí… recordándote, mamá.