23/07/201902:36:26

Celular que parió III

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Puntual a la cita –así se dice- llegamos los tres: el vecino fritanguero, su esposa, y yo el entremetido. Corrijo: también está el niño.
Ahora, muy pronto, los indiferentes somos nosotros. El niño se apodera de la escena -¡qué niño no!-
Al mirarnos, da la facha de ser tomado por Sócrates, el preguntón, para interrogarnos sacando nuestros trapitos al sol. Si hasta cabe la impresión de que Sofronisco, madre del Padre de la Filosofía, lo encandilara o, por mejor decir, lo diera a luz… Quizás nuestra carga de conciencia personificaba, en grande, a la criatura de tres años.
En el ambiente reviraron, en efecto, interrogantes cargados de complejos de culpa:
-¿Ustedes fueron niños alguna vez?
-¿Acaso sus padres programaron encargarlos una noche precisa y preciosa de amor?
-¿No serán ustedes frutos accidentales como yo me supongo?
-Entiendo así como me ven, por enseñanza de siglos, que ninguna pareja hace su mejor noche con la intención anticipada de amanecer con un niño.
-¿Vendad que ponen poco por entenderme?
-No, pues de ahí nací yo y nacieron ustedes.
-De tiempo en tiempo suceden marcadas diferencias; entre otras tantas que, por ejemplo, en la niñez de ustedes no había celulares sino papagayos, trompos, palomas, culebrinas, canicas de barro, barquitos, hechos a mano dentro de la familia.
-La niñez de ustedes no fue de celulares, entre otras ventajas, lamentablemente. ¿Me entienden? -A mí me entregaron a ese aparato, poco después de cumplir el primer año.
-El celular me achichiguó hasta cuando lloraba. Ustedes no cumplieron. Se hicieron los atareados y desentendidos y Santas Pascuas.
-Lo mismo hacían para que engullera mis alimentos, que para que no diera lata.
-Vaya, hasta para dormir con un shi, shi, shi, artificial, no de la boca de ustedes, sino de otro aparato emparentado con el celular.
-Hice mancuerna con el celular, si me atendía meramente a toda hora.
-Y ahora resulta, dicen desesperados, ¡que el celular me parió!
-Ironía tan más corriente no se ha escuchado antes.
¡Épale! El niño estaba cumpliendo con la cita de vernos juntos para platicar sobre su conducta y la propia, sobre todo, de sus padres ante el celular.
A nosotros tres, el fritanguero, su esposa y yo, nos vinieron ganas de pedir perdón, ¿al niño?¿Al celular?
No dábamos pié con bola. El niño se acurrucó a la madre, próximo a su vientre, justo al claustro en que empezara su existencia los primeros nueve meses, aquella noche de intimidades compartidas...y sin ánimos de encargos.
La madre leyó entre sus manos el mensaje y al mensajero. El padre le hizo segunda. Ahora eran tres: ellos y el niño.
Yo salí tratando de asimilar la tierna, madura lección que nos tomó por sorpresa, con rumbo a cualquier lugar…tragando moscas.