17/07/201705:00:49

El cártel PRIERDE

Agustín Basave

17/07/201705:00:49

La teoría del Cartel Party nació en 1992 en un texto de Richard S. Katz y Peter Mair presentado en un coloquio en la Universidad de Limerick. Su tesis central era que los partidos políticos europeos empezaban a confabularse entre sí a fin de limitar la competencia política, acercándose al Estado y alejándose de la sociedad. El paper, que conectaba la cartelización partidaria a la surgente desideologización global, fue en buena medida precursor de los análisis sobre la crisis de la democracia representativa, y su relevancia es incuestionable. Un cuarto de siglo después se ha vuelto lugar común hablar de “la partidocracia” y de su divorcio de la ciudadanía, si bien hoy se destacan como sus principales causas el control plutocrático de la representación y la corrupción de las burocracias partidistas.
La idea que Katz y Mair echaron a andar puede aplicarse al actual gobierno mexicano. En su retorno a la Presidencia de la República el PRI intentó crear, mediante la mutación del Pacto por México, un cártel de partidos que iría mucho más allá de los que había en Europa. Buscó transformar una agenda legislativa consensuada con el PAN y el PRD en un cogobierno de facto que podría llegar incluso a la perversión democrática de concertar candidaturas y contiendas electorales. El experimento fue efímero, porque la impopularidad y el desprestigio del presidente Peña Nieto fracturó ese conato de oligopolio partidario a mediados del sexenio, provocando cambios en las dirigencias y en los talantes opositores. Las elecciones de 2016 se convirtieron así en un enfrentamiento de los dos partidos de oposición tradicionales, aliados, contra el PRI-gobierno. El tiempo del pactismo había terminado y los acuerdos daban paso a una competencia sin la cual no hay democracia que valga.
Los desastrosos resultados electorales del priismo, sin embargo, reforzaron su pulsión oligopólica, trasladada al Senado. Ante su imposibilidad de ser hegemónico por sí solo, el PRI estrechó vínculos con el Partido Verde —para formar lo que yo llamo el PRIERDE— y porfió en cooptar a las demás fuerzas políticas. La manifestación más reciente de esta colusión es el ataque al Comité de Participación Ciudadana del Sistema Nacional Anticorrupción. El ensañamiento contra el SNA se explica con la tragedia del socavón del Paso Exprés: solo por ese mal trabajo de ingeniería se pagaron más de dos mil millones de pesos. Y los gigantescos negocios con las constructoras favoritas son apenas un pequeño botón de muestra de los intereses que están en juego, el que cosió el secretario de Comunicaciones y Transportes. Por eso, porque hay muchos pillos en pos de impunidad, será fácil saber hasta dónde prevalece la cartelización entre los senadores: si dos guardaespaldas de este gobierno son ratificados —el actual procurador como fiscal general de la República y el anterior consejero jurídico como ministro de la Suprema Corte— quedará claro que la melifluidad corruptora del priñanietismo, como la materia, no se crea ni se destruye, solo se transforma. De darse las designaciones, tomemos nota de quiénes forman esa ignominiosa mayoría senatorial.
Me parece increíble que todavía haya quienes no se den cuenta de que este PRI es tóxico. Ha llevado la corrupción a niveles de voracidad sin precedentes, está desgarrando a México con su restauración autoritaria y con su ineptitud para contener la violencia. Sí, debemos cambiar la política económica, pero primero tenemos que detener la degradación moral y el veneno cartelizador que este gobierno está inyectando a nuestra incipiente y endeble democracia. El proyecto de este priismo es transexenal y cada día que pasa en el poder alarga sus tentáculos. Ya ha puesto en la Corte y en los órganos “autónomos” a sus alfiles, que pase lo que pase permanecerán después de 2018. Ahí está el INE que, movido por los consejeros filopriistas, no toca ni con el pétalo de una fiscalización seria a los comicios del Estado de México y se niega a mandar el mensaje que en algo inhibiría la repetición en grande de ese cochinero en las elecciones del año próximo. Estamos en el túnel del tiempo: nos han regresado a la época de la lucha democrática del siglo pasado. Por eso urge un cambio de régimen. Por eso urge mandar al cártel del PRIERDE, si no a la cárcel, al menos a la oposición.